Artículo de Marc H. Bornstein

Contacto: cómo llegamos, entendemos y respondemos a nuestro mundo

Puedes cerrar los ojos y tratar de imaginar qué se siente al ser ciego o taparte los oídos e imaginar qué se siente al ser sordo. Sin embargo, es extremadamente difícil imaginar cómo sería no percibir el tacto. Nuestro sentido del tacto está siempre «activado», transmitiendo a través de nuestra piel una gran variedad de sensaciones: un ligero golpe en el brazo, la picadura de una abeja, una ráfaga de aire fresco o un picor molesto. Como un científico especializado en la investigación del tacto afirmó una vez, somos incapaces de imaginar la vida sin el sentido del tacto, porque el tacto está profundamente arraigado en nuestro sentido del yo. ¿Qué sabemos sobre el tacto? Aquí aprenderemos sobre la predominancia del tacto entre los cinco sentidos; la información educativa que transmite el tacto; cómo funciona el tacto y su biología; el modo en el que entendemos el mundo a través del tacto; cómo el tacto determina nuestro bienestar emocional y social; los significados personales y culturales del tacto, y los muchos usos prácticos y terapéuticos del tacto.

La importancia del tacto en el desarrollo

El tacto es el primer sentido que aparece en el útero. Tan solo ocho semanas después de la concepción, los fetos muestran signos de que sienten el tacto en la cara y reaccionan a la estimulación en ella. A las 14 semanas, todo su cuerpo responde al tacto. Todavía en el útero, el feto comienza a acumular experiencias sensoriales a través del tacto, al sentir el calor y el movimiento del líquido amniótico y los contornos de su propio cuerpo, que explora de forma activa. Los fetos incluso responden al tacto desde fuera del útero. Entre las semanas 21 y 33 después de la concepción, se ha constatado que los fetos mueven los brazos, la cabeza y la boca en respuesta a las caricias de la madre en el abdomen. Inmediatamente después del nacimiento, los recién nacidos utilizan su sensibilidad al tacto alrededor de la boca para mamar del pecho o del biberón. Además, el contacto físico con sus cuidadores presenta a los recién nacidos la existencia de un mundo ajeno a ellos mismos. Aunque los recién nacidos humanos no necesitan aferrarse a sus cuidadores como lo hacen otros primates, agarrar con fuerza un dedo colocado en su mano es un reflejo neonatal universal.

“Para que algo tenga sentido, primero debemos sentirlo y percibirlo.“

El tacto y los demás sentidos trabajando conjuntamente

Los cinco sentidos —vista, oído, olfato, gusto y tacto— son nuestra puerta al mundo: para que algo tenga sentido, primero debemos sentirlo y percibirlo. Para ello, los sentidos se coordinan y nos ayudan a entender y valorar nuestro entorno. Por ejemplo, dependemos de la vista y el gusto para decidir si la comida es segura, del sonido y la vista para determinar si una alteración en el bosque es inofensiva o peligrosa, y del tacto y la vista para determinar cómo agarrar y levantar un objeto. La estimulación de nuestros sentidos potencia nuestro desarrollo biológico, cognitivo, social y emocional. Sin embargo, una persona puede ser ciega o sorda o carecer del sentido del olfato o del gusto y aún así tener una vida plena y satisfactoria. Pero ¿qué pasa si se nos priva del tacto? Aunque resulta difícil disociar la contribución de un sentido a lo que percibimos, este artículo explora las numerosas y particulares contribuciones del tacto a nuestro desarrollo y a cómo comprendemos y nos relacionamos con los demás.

El tacto es información

El tacto transmite una gran cantidad de información sobre el mundo y resulta fundamental para movernos por nuestro entorno. Hace muchos siglos, el filósofo griego Aristóteles escribió De anima y vinculó de manera explícita la percepción táctil con la inteligencia práctica; de hecho, en inglés, uno de los significados de «to grasp» (agarrar) es «entender». A través del tacto, localizamos cuándo y dónde entra en contacto un objeto con nuestra piel y cuáles son sus diferentes propiedades, ya sea un objeto duro o blando, áspero o suave, pesado o ligero, caliente o frío. También podemos detectar diferencias sutiles en los tipos de contacto: una palmada, un abrazo, un pellizco, una caricia o un cosquilleo, entre otros muchos. El tacto transmite tanto dolor como placer y es un medio de comunicación de las emociones por ejemplo una caricia suave o un empujón brusco nos informan de inmediato de cómo se siente nuestra pareja. De hecho, hasta los recién nacidos recurren al tacto para obtener información sobre las propiedades más importantes de los objetos, como su textura, peso y temperatura.
Sentimos el tacto fundamentalmente a través de la piel, el órgano más grande del cuerpo y su escudo y protector más robusto. La piel bloquea las sustancias peligrosas, como los patógenos, al tiempo que retiene los fluidos vitales del cuerpo. Nuestra piel nos ayuda a mantener la temperatura corporal normal y se cura a sí misma de forma milagrosa cuando se daña.

Más allá de la superficie de la piel: cómo funciona el tacto

La capa superior de la piel se denomina epidermis. Justo debajo, en la dermis, se encuentran la mayoría de los receptores del tacto (terminaciones nerviosas). Los receptores del tacto envían las sensaciones táctiles de la piel al cerebro. No todas las zonas de la piel del cuerpo presentan la misma sensibilidad al tacto. La punta de los dedos, los labios y la lengua son más sensibles que el estómago y la espalda: por ejemplo, podemos distinguir la diferencia entre dos pinchazos de alfiler separados por solo 2 mm en las yemas de los dedos, pero no podemos diferenciarlos entre sí en la parte baja de la espalda, a no ser que estén separados por 30-40 mm. Esta sensibilidad diferencial refleja que existe una mayor concentración de receptores del tacto en las yemas de los dedos que en la parte baja de la espalda. El número y la distribución de los receptores del tacto suponen que las zonas más sensibles de la piel se encuentren representadas en mayor medida en las partes del cerebro que procesan el tacto (principalmente, en la corteza somatosensorial). Cabe destacar que la experiencia táctil afecta a la forma en que las partes del cuerpo están representadas en el cerebro. Por ejemplo, tocar determinados instrumentos de cuerda, como el violín, que requieren una digitación continua de la mano izquierda (ya que la mano derecha sostiene el arco) da lugar a mayores representaciones de los dedos de la mano izquierda en la corteza somatosensorial. Albert Einstein tocaba el violín desde muy pequeño y una autopsia de su cerebro lo demostró.
Además de diferenciarse en número y distribución, los receptores táctiles también se presentan en una serie de tipos que indican distintas sensaciones táctiles. Algunos receptores son específicos de la estimulación mecánica (como la presión, la vibración y la textura), otros de la temperatura, del dolor e incluso de las caricias suaves (que, como podemos imaginar, desempeñan un papel muy especial en nuestro bienestar emocional). Los receptores táctiles nos informan sobre los objetos que estamos explorando (el tacto activo o háptico): cuando un melocotón está blando es porque estará maduro. De la misma manera, nos informan de que nos están tocando (el tacto pasivo): cuando alguien nos toca el hombro o cuando nos pica un jersey. Los receptores de temperatura nos ayudan a regular la temperatura corporal y nos advierten sobre los objetos que están tan calientes o tan fríos que podrían llegar a dañarnos. Del mismo modo, los receptores del dolor nos alertan sobre un peligro para la integridad del cuerpo y nos empujan a tomar las medidas necesarias, por ejemplo, para encontrar y extraer una astilla dolorosa. Otros receptores del tacto se encuentran en nuestros músculos, articulaciones y tendones. Estos receptores transmiten información sobre nuestros movimientos y la posición de nuestro cuerpo (la llamada percepción cinética). Algunos receptores del tacto trasladan mensajes al cerebro de forma lenta y otros de manera rápida (una llama que nos toca la piel), algunos insisten en comunicar sus sensaciones y otros se adaptan y dejan de transmitir las señales (apenas nos damos cuenta de que la ropa está en contacto constante con nuestro cuerpo). En conjunto, los receptores del tacto nos permiten percibir un sinfín de sensaciones diferentes.

“Numerosos estudios han analizado los efectos de la estimulación suplementaria en el desarrollo de los bebés prematuros.“

El tacto está arraigado en nuestra biología

Mucho de lo que conocemos sobre la biología del tacto humano procede, sorprendentemente, de estudios de «privación del tacto» en ratas y monos y en niños que se han criado en situaciones complejas, como bebés prematuros en incubadoras y niños que viven en instituciones. En especial, los estudios sobre animales han resultado muy reveladores.
Muchos animales jóvenes separados de sus madres muestran retrasos significativos en el desarrollo y alteraciones de comportamiento. Pero ¿por qué la ausencia de atención materna causa esos efectos adversos? Para encontrar respuestas a esta pregunta, en la década de 1980 unos científicos aislaron por primera vez a crías de rata recién nacidas de sus madres y documentaron los retrasos de desarrollo previstos. Estos retrasos estuvieron acompañados por importantes cambios en la bioquímica de las crías, en particular por la inhibición de la liberación de la hormona de crecimiento y la síntesis de proteínas. Surgió entonces la pregunta de qué tipo de estimulación permitiría que estos parámetros de crecimiento se normalizaran. El control de la temperatura corporal de las crías, la alimentación y la estimulación auditiva, visual y olfativa no influyeron en su crecimiento. Las crías incluso regresaban con sus compañeros de camada y con sus madres, que habían sido anestesiadas para evitar la estimulación materna pero no la alimentación. Sin embargo, el crecimiento de las crías no se normalizó. El ingrediente activo que faltaba resultó ser la estimulación táctil procedente de los lamidos y el aseo normal de las madres a sus crías. Cuando los investigadores simularon esas sensaciones táctiles al acariciar a las crías con un pincel húmedo con la presión y la frecuencia de los lamidos y el aseo de sus madres, la producción de la hormona de crecimiento y la síntesis de proteínas de las crías volvieron a la normalidad. La pérdida de la estimulación táctil de la madre en la fisiología de las crías es duradera: las crías con madres que las lamían y aseaban con frecuencia al nacer respondían de manera más adaptativa al estrés como adultas que las crías con madres que las lamían y aseaban poco. Estos estudios con animales nos permitieron comprender el papel del tacto en el desarrollo humano. Existen dos situaciones que constituyen «experimentos naturales» de lo que ocurre con los bebés humanos cuando se ven privados del tacto y el contacto. Una es el nacimiento prematuro y el aislamiento en las unidades de cuidados intensivos neonatales (UCIN) y la otra es la crianza en orfanatos. Un estudio llevado a cabo en la década de 1960 sugirió que los bebés internados en instituciones que recibían apenas 20 minutos de estimulación táctil adicional al día obtenían resultados significativamente mejores en las evaluaciones del desarrollo después de diez semanas. Sin embargo, a finales de la década de 1980 un estudio sobre la situación de los huérfanos rumanos que vivían en entornos institucionales desoladores, privados de una estimulación humana y ambiental normales, llamó la atención de todo el mundo. Estos huérfanos mostraban retrasos alarmantes en el crecimiento a largo plazo y un desarrollo socioemocional deficiente. Por supuesto, carecían de muchos tipos de estimulación. Sin embargo, debido a la falta de personal del orfanato, la ausencia de estimulación táctil —contacto humano— constituía una privación muy notoria en la vida de estos desafortunados huérfanos.
Los bebés muy prematuros pueden pasar sus primeras semanas (o incluso meses) en incubadoras, por lo que no experimentan un nivel normal de estimulación sensorial, incluida la relacionada con el tacto. Gracias a los avances en los tratamientos médicos, las tasas de supervivencia de estos bebés han mejorado mucho. Sin embargo, uno de los desafíos permanentes ha consistido en garantizar que los prematuros crezcan y se desarrollen con normalidad, ya que muchos sufren importantes dificultades de desarrollo. Muchos estudios han analizado los efectos de la estimulación suplementaria en el desarrollo de los bebés prematuros. No resulta sorprendente que, debido a la relativa predominancia de los diferentes sentidos en las primeras etapas del desarrollo (cuando la vista y el oído no están tan desarrollados como el tacto), la estimulación táctil sea muy eficaz a la hora de mejorar los resultados del desarrollo. Tras los estudios sobre la estimulación táctil de las crías de rata, los investigadores han analizado si el tacto, en forma de masaje, combinado con el movimiento de las extremidades de los bebés, podría mejorar los resultados de los prematuros. De hecho, los bebés prematuros que reciben estimulación táctil suplementaria ganan más peso que los que no lo hacen, son más activos, muestran un mejor rendimiento en las evaluaciones estandarizadas del desarrollo (que incluyen la orientación, el comportamiento motor y la regulación del estado) y, de media, pasan menos días en el hospital. Estos beneficios se mantienen incluso teniendo en cuenta otros tipos de estimulación, la ingesta de alimentos y el estado de salud de los bebés. Además, los efectos del masaje perduran: cuando se examinan después de 8 y 12 meses, los bebés que reciben masajes pesan más y obtienen mejores resultados en las evaluaciones mentales y motoras. Se han detectado efectos beneficiosos similares del tacto y el contacto sobre el desarrollo en bebés de desarrollo normal. El «rostro inmóvil» es un paradigma psicológico en el que una madre interactúa primero de manera normal con su bebé y, a continuación, adopta un gesto no reactivo, permanece inmóvil y deja de interactuar. De esta manera, la cara inmóvil simula la privación materna, ya que provoca que la madre no se encuentre temporalmente disponible a nivel social para el niño. Por lo general, los bebés de tan solo dos meses de edad se alteran durante ese momento. Los bebés mostrarán respuestas fisiológicas (hormonales y cardíacas) y conductuales negativas (retraimiento, aversión a la mirada, relajación autónoma y excitación negativa). Sin embargo, cuando las madres mantienen el rostro inmóvil y continúan tocando a sus hijos, estos lloran menos, muestran menos excitación negativa y relajación autónoma y, en especial, sus reacciones fisiológicas negativas se reducen. En conjunto, estos estudios experimentales y de privación demuestran el poder del contacto a la hora de regular la biología y el comportamiento. Es más, muchos otros estudios han catalogado los múltiples efectos beneficiosos del tacto y el contacto en las respuestas de estrés de los bebés, la excitación, el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y el sistema inmunológico, entre otros. En casi todo el mundo, los padres envuelven a los bebés como método eficaz para calmarlos, disminuir el estrés, reducir el ritmo cardíaco e inducir un sueño de mayor calidad. Asimismo, el contacto ejerce efectos calmantes similares en los adultos. El contacto físico —como darse la mano, abrazarse o recibir o dar un masaje a una pareja romántica— antes de una situación estresante (por ejemplo, hablar en público) reduce la presión sanguínea, el ritmo cardíaco y los niveles de hormonas del estrés. Los «abuelos» voluntarios que recibieron masajes y dieron masajes a los bebés experimentan menos ansiedad y depresión, disfrutan de un sueño más reparador y se benefician de niveles más bajos de hormonas del estrés. El tacto presenta muchas funciones prácticas y terapéuticas que se analizarán a continuación.

“El tacto incluso informa sobre la mejor manera de agarrar un objeto.“

El tacto afecta a la forma en que entendemos el mundo

El tacto desempeña un papel fundamental a la hora de comprender el mundo que nos rodea. Los bebés exploran primero el mundo a través de los receptores táctiles sensibles de la boca y la lengua. Los recién nacidos giran la cabeza con seguridad hacia el contacto con un lado de la boca o la mejilla y durante los meses siguientes exploran con entusiasmo sus manos, pies, ropa y manta con la boca. Todo el mundo ha observado cómo los bebés se llevan constantemente objetos de las manos a la boca para descubrir sus características. Esta coordinación mano a boca se ha observado incluso en el útero, cuando los fetos se chupan los pulgares. Los recién nacidos pueden distinguir algunas propiedades de los objetos por el tacto, como la textura y el peso, y a los tres o cuatro meses los bebés tocan los objetos conforme a sus características, por ejemplo, al rascar un juguete con textura pero no un juguete blando. La manipulación activa de un objeto transmite mucha información sobre las propiedades del objeto, algo que no se obtiene con el contacto estático.
Para investigar el mundo, los adultos suelen utilizar todos los sentidos disponibles. No obstante, todos hemos tenido ocasión de utilizar el tacto activo de forma instintiva para buscar «a ciegas» las llaves en un bolsillo o, con las manos extendidas, para orientarnos en la oscuridad dependiendo únicamente del tacto. El tacto incluso informa sobre la mejor manera de agarrar un objeto.
Los adultos emplean distintas técnicas de exploración táctil, sobre todo cuando no disponen de visión, y cada una de ellas está orientada a obtener un tipo de información determinado: pasar una mano por la superficie de un objeto para determinar su textura; apretar un objeto para evaluar su dureza o elasticidad; mover un dedo por el borde de un objeto para conocer su contorno; agarrar un objeto para comprobar su forma y volumen; poner una mano sobre un objeto para establecer su temperatura, y sostener un objeto para averiguar su peso. El tacto incluso informa sobre la mejor manera de agarrar un objeto. Reflexionemos durante unos instantes sobre la última vez que nos ajustamos una herramienta en la mano para llevar a cabo una tarea. Las personas con lesiones nerviosas en las manos suelen dejar caer los objetos porque carecen de la transmisión de los receptores táctiles al cerebro necesaria para fijar su agarre. A medida que envejecemos, la densidad de los receptores del tacto y, por lo tanto, su sensibilidad táctil, disminuye, lo que nos hace más torpes.

“El contacto físico influye en cómo nos sentimos.“

El tacto determina nuestro bienestar emocional y social

El contacto físico influye en cómo nos sentimos. Una palmadita en la espalda nos puede hacer sentir tranquilos y felices, pero un golpe en el brazo puede generar sentimientos de nerviosismo y enfado. El contacto físico también afecta a cómo nos sentimos con respecto a los demás. Entre las primeras experiencias sociales de los bebés se encuentra el contacto cariñoso de un cuidador. Estos contactos fomentan una sensación de seguridad y confianza en el bebé y una conexión entre el bebé y su cuidador. El término «apego» se utiliza generalmente para hacer referencia al vínculo especial que se forma entre los bebés y sus cuidadores principales. El etólogo John Bowlby planteó la teoría de que este vínculo único ha evolucionado para garantizar la supervivencia del bebé al mantener a la madre y al indefenso bebé en un contacto físico estrecho.
Los innovadores experimentos del psicólogo Harry Harlow con crías de monos rhesus confirmaron la importancia del «contacto reconfortante» en el desarrollo social y emocional normal. Las crías de mono se criaban con acceso solo a madres «sustitutas» de alambre, una de las cuales estaba cubierta con tela de rizo y la otra proporcionaba leche para su supervivencia. Estas crías pasaban la mayor parte del tiempo aferradas a la madre de tela de rizo y solo visitaban fugazmente a la madre de alambre para amamantarse. Más tarde, tan solo la madre de tela proporcionaba bienestar y los monos la utilizaban como base segura para explorar su entorno.
El aseo social entre nuestros parientes primates (macacos y chimpancés) permite que los animales establezcan un contacto físico estrecho y ocupa una parte importante de su día, tal vez la segunda más significativa después de la búsqueda de alimento y la alimentación. Ese contacto sirve para varios fines: define y consolida las relaciones sociales (por ejemplo, entre madre e hijo, parientes cercanos, adultos dominantes y subordinados y parejas sexuales); facilita la creación de nuevas relaciones (por ejemplo, es más probable que los chimpancés compartan la comida con los chimpancés que los han aseado a primeras horas del día), y ayuda a resolver conflictos y reducir la agresión.
El significado socioemocional de contacto dura toda la vida y, en la actualidad, los científicos se refieren la piel como un «órgano social». Los neurocientíficos han descubierto que las funciones sociales del tacto y el contacto forman parte de nuestro sistema nervioso. Por ejemplo, algunos receptores mecánicos de la piel se excitan de manera específica cuando se tocan con una presión y velocidad que se asemejen a una caricia suave; cuando se estimulan de esa manera generan una sensación agradable. A su vez, estos receptores se comunican no con la parte sensoriomotora del cerebro, que constituye la terminal de otros receptores mecánicos, sino con las partes del cerebro que procesan la información emocional y social.
La sensación agradable que proviene del contacto piel con piel favorece un comportamiento afiliativo entre las personas que facilita la socialización. Cuando Romeo ve a Julieta por primera vez, se dice a sí mismo: «Ahora pone la mano en la mejilla. ¿Quién pudiera tocarla como el guante que la cubre?». El contacto físico es fundamental en la confianza, cooperación y función de equipo. Por ejemplo, los contactos físicos breves de celebración, como los choques de pecho o manos, mejoran el rendimiento individual y de equipo de los jugadores de baloncesto profesionales, además de reforzar la cooperación. El contacto físico suave influye en las relaciones sociales de formas de las que no siempre somos conscientes. Las personas suelen dar mayores propinas, devolver el dinero cuando les han dado mal el cambio, valorar mejor una tienda e incluso gastar más dinero, si reciben alguna forma de contacto físico suave durante una transacción. Una caricia lenta de una pareja romántica, con la presión y la velocidad que desencadenan una respuesta de placer, puede incluso reducir la sensación subjetiva de dolor. Los científicos evolucionistas han llegado a la conclusión de que la función afectiva del tacto es una adaptación que ha evolucionado para favorecer el contacto físico positivo, como la interacción social nutritiva y de apoyo. Por eso, resulta fundamental para las relaciones sociales positivas que duran toda la vida.
El tacto comunica una amplia variedad de emociones —desde el amor hasta la ira— sin ninguna otra indicación o señal. Lo hace de forma tan certera como los rostros o las voces. En inglés, expresiones tan comunes como «to touch» (tocar) o «being touched» (ser tocado) por alguien o algo son una expresión directa de la emoción.

“En ocasiones, acercarte a alguien y darle la mano es el comienzo de una aventura.“

Vera Nazarian

Escritora de ciencia ficción

El significado personal y cultural del contacto

No todas las formas de contacto físico son iguales. El significado del contacto físico resulta increíblemente complejo, ya que refleja muchos factores, como las características del contacto y nuestra historia personal, posición social y cultura. El contacto mecánico tiene diferentes propiedades físicas que generan distintas sensaciones y percepciones: la intensidad del contacto (un golpecito frente a un puñetazo), la frecuencia del contacto (una palmada en la espalda frente a palmadas repetidas), la duración del contacto (un abrazo rápido frente a un contacto prolongado) o el lugar del cuerpo donde se produce el contacto (un pellizco en la mejilla frente a un pellizco en el trasero). Todos estos factores influyen en que el contacto resulte agradable, molesto o doloroso, así como en que el contacto indique afecto o agresión.
Quién toca a quién y cómo lo hace transmite información sobre el individuo, como su género y su posición dentro de una sociedad. Un abrazo de un amigo puede ser agradable, pero un abrazo de un extraño o de un jefe puede considerarse invasivo. En occidente, los hombres tienden a tocar a las mujeres más que las mujeres a los hombres, y las personas mayores tienden a tocar a los jóvenes más que al contrario. El contacto refleja las diferencias de posición entre los grupos, así como las costumbres de género y edad. La forma en que la gente de diferentes partes del mundo se saluda habitualmente supone un ritual de contacto. La antropóloga británica-estadounidense Ashley Montagu enumeró una fantástica colección de conductas de saludo relacionadas con el contacto en todo el mundo, que incluían besarse (una, dos o más veces), frotarse la nariz, frotarse las mejillas, darse palmadas en la espalda, estrecharse la mano, colocar la mano sobre el corazón, chocar la cabeza y más. En la actualidad, el choque de puños es un gesto común que se considera tanto un saludo como una celebración compartida. Tal y como señaló un filósofo: «En ocasiones, acercarte a alguien y darle la mano es el comienzo de una aventura».
El significado socioemocional del contacto refleja la cultura de cada persona. Las diferentes culturas aplican distintas normas sobre lo que se considera un contacto apropiado y aceptable en comparación con lo que constituye un tabú. Estrechar la mano de alguien del sexo opuesto puede ser bien recibido en una cultura, pero podría considerarse desagradable, inoportuno y ofensivo por alguien de una cultura en la que los miembros del sexo opuesto tienen prohibido el contacto. La frecuencia con la que las personas se tocan varía en las distintas culturas y guarda relación con otras costumbres culturales. Por ejemplo, las madres del Camerún, donde la interdependencia en las relaciones sociales es habitual, mantuvieron el contacto corporal con sus hijos durante los períodos de juego libre durante mucho más tiempo que las madres de Grecia, donde la atención en el desarrollo se centra en fomentar la independencia interpersonal. No resulta sorprendente que algunas autoridades hayan afirmado que las sociedades en las que las personas establecen contacto físico suelen ser más pacíficas que las sociedades que se caracterizan por un escaso contacto mutuo. Es evidente que nuestra cultura nos enseña acerca de los factores de comportamiento aceptables e inadmisibles en cuanto a cuándo establecer contacto físico, a quiénes tocamos y cómo interpretamos el hecho de tocar y ser tocado.

Usos prácticos y terapéuticos del contacto físico

El contacto físico posee una gran variedad de usos en la sociedad, ya que se encuentra muy presente en nuestra vida y constituye un poderoso vehículo de transmisión de información y emociones. El braille se desarrolló para permitir a las personas ciegas leer, mediante un sistema de puntos en relieve en una página separados por distancias que se pueden percibir con la yema de un dedo. Las máquinas han sido diseñadas para aprovechar las capacidades táctiles y ayudar a las personas con discapacidad. Por ejemplo, los sensores táctiles permiten a las personas sordas o ciegas utilizar ordenadores, teléfonos inteligentes y ascensores. Los usos terapéuticos del contacto datan de miles de años atrás y la capacidad curativa y terapéutica del contacto tiene muchas aplicaciones en la actualidad. Un ejemplo importante es el «método canguro» (llamado así porque se parece a la forma en que los canguros llevan a sus crías), que consiste en sostener a los bebés vestidos solo con pañales contra el pecho desnudo de un cuidador. El «método madre canguro» nació en Bogotá (Colombia) en la década de 1970 para resolver las altas tasas de infección y mortalidad en los hospitales causadas por el hacinamiento y la escasez de incubadoras. En aquel momento, se animaba a las madres a establecer un contacto piel con piel con sus hijos durante largos períodos de tiempo y mientras los amamantaban. La morbilidad y la mortalidad de los niños se redujeron con rapidez. Desde entonces, muchos estudios sobre el «método madre canguro» han demostrado sus beneficios múltiples, significativos y duraderos para los bebés y las familias. En los países de ingresos bajos y medios, se ha constatado que el «método canguro» reduce la mortalidad, las infecciones y la gravedad de las infecciones, así como la duración de los ingresos hospitalarios, y mejora el vínculo entre madre e hijo, la lactancia materna y la satisfacción de la madre. En los países de ingresos altos, donde la mortalidad y las enfermedades no representan factores de riesgo elevado, se ha comprobado que el «método canguro» favorece el vínculo maternoinfantil y la lactancia materna. Entre estos beneficios se encuentran la estabilización cardiorrespiratoria y de la temperatura, una mejor organización del sueño, un mejor rendimiento en las evaluaciones de la conducta, una reducción de las respuestas adversas a los procedimientos dolorosos y una mejora del entorno familiar. No es de extrañar que el «método canguro» y otras formas de contacto piel con piel se hayan convertido en hábitos aceptados en el cuidado de los recién nacidos en muchos hospitales. Por supuesto, la estimulación táctil piel con piel no es la única sensación que ofrece el «método canguro», pero es sin duda un elemento significativo.
Otras aplicaciones médicas muy reconocidas del contacto incluyen la terapia de masaje, cuyos beneficios (además de los ya indicados con respecto a los bebés prematuros) son muy variados: reducción de la presión sanguínea, la ansiedad, el ritmo cardíaco, los síntomas de depresión, e incluso del dolor persistente en la parte baja de la espalda, por nombrar algunos. Se atribuye a Hipócrates, el padre de la medicina, el dicho de que «cualquiera que desee estudiar medicina debe dominar el arte del masaje».

“Un toque de la naturaleza nos une a todos como parientes.“

Tocar y ser tocado

El contacto es el lugar en el que confluyen la ciencia y la civilización. A través de las ciencias naturales y médicas, hemos podido comprender con mayor profundidad los mecanismos de acción y los efectos bioquímicos, biológicos y neurológicos del contacto. Por medio de las ciencias sociales y del comportamiento, hemos podido entender el significado y las funciones de las experiencias cotidianas del contacto. Tocar y ser tocado son acciones tan comunes que las damos por sentadas con facilidad y apenas pensamos en ellas, excepto, por supuesto, cuando nos emocionan o cuando traspasan nuestros límites. Algunos tipos de contacto no son positivos. El contacto no deseado, las bofetadas o los puñetazos resultan muy problemáticos y tienen consecuencias negativas a largo plazo tanto para los niños como para los adultos. El confinamiento en solitario o el no tener contacto con otras personas provocan efectos negativos en la salud mental. Sin embargo, como hemos aprendido ahora, muchos tipos de contacto resultan agradables, deseados y esenciales en la vida. Tal y como dijo William Shakespeare en su obra Troilo y Crésida: «El contacto con la naturaleza nos convierte a todos en parientes».

Marc H. Bornstein

Marc H. Bornstein es uno de los mayores expertos en el campo del desarrollo de la infancia y la juventud. A este respecto, también ha investigado en profundidad los efectos del contacto en el desarrollo humano.

Posee una licenciatura del Columbia College, un máster y un doctorado de la Universidad de Yale, y doctorados honoríficos de la Universidad de Padua y de la Universidad de Trento. Ha publicado numerosos artículos sobre ciencias experimentales, metodológicas, comparativas, de desarrollo y culturales, así como sobre neurociencia, pediatría y estética.