El órgano más grande del cuerpo humano tiene una extensión de unos dos metros cuadrados. En cada centímetro cuadrado hay hasta 40 terminaciones nerviosas y 200 corpúsculos del tacto que transmiten el tacto, el frío o el calor al cerebro en forma de señales.
Y son las yemas de nuestros dedos las que alcanzan un hito magistral: tienen aproximadamente el triple de corpúsculos del tacto que el resto de nuestra piel, y reaccionan a las sensaciones y roces más sutiles. Así podemos explicar por qué percibimos positivamente las caricias que damos a los demás. Las caricias equilibran estas reacciones, porque las emociones positivas y reductoras del estrés se transmiten al cerebro a través de los receptores de la piel.
Para garantizar que la piel alcance estos increíbles logros hay que cuidarla de forma adecuada, por supuesto. Por eso es esencial hidratarse a diario, para que la piel siga estando suave y receptiva a las caricias. Las caricias proporcionan a los bebés una sensación de unidad, cercanía y seguridad. Por eso son un requisito básico para un desarrollo sano físico y mental.
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