El fotoenvejecimiento supone la aceleración de los signos de la edad en la piel debido a la exposición excesiva al sol sin la adecuada protección. Esta es una práctica que acaba dañando el ADN de las células de la piel. Dicho abuso se manifiesta en manchas en la piel y arrugas que comienzan a surgir incluso a edades tempranas.
En concreto, nuestra piel empieza a acusar un envejecimiento debido a las quemaduras solares y a la dosis de sol acumulada que se evidencia de la siguiente forma: piel áspera, frágil, apagada y de color cetrino.
- Arrugas y pérdida de elasticidad pues disminuye la presencia de colágeno.
- Manchas en la piel que son pigmentaciones conocidas como léntigos solares y telangiectasias (dilataciones vasculares) que se concentran especialmente en el rostro, las manos, la espalda o los hombros dado que son las zonas más expuestas al sol.
- Elastosis solar: fenómeno que describe la destrucción de colágeno y su sustitución por un material elastósico debido a la radiación ultravioleta y que se distingue por una piel de coloración un tanto amarilla, gruesa y áspera.
- Lesiones premalignas en la piel.
Lo cierto es que ‘la piel tiene memoria’ y, en consecuencia, los abusos que le hemos infligido no se aprecian hasta pasadas varias décadas. De esta manera, podemos llegar a los 35 o 40 años y asistir estupefactas a una infinidad de cambios en nuestra piel que no nos gustan ni un ápice cuyo origen se encuentra en los tremendos baños de sol de nuestros veintitantos.
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